Las buenas adicciones

La facilidad con la que el ser humano se hace adicto a las más variadas sustancias, comportamientos, y sustitutos varios de lo innombrable plantea la cuestión de hasta qué punto somos una especie altamente “adictible” o si esa tendencia no es el resultado de la privación de experiencias cuya importancia se nos escapa.

La capacidad de hacerse adicto no es mala en sí misma. Uno puede ser adicto al amor del bueno, a la belleza, al placer de vivir. Nuestro cerebro es el primer y más inmediato productor de sustancias “dopantes”, las endorfinas, por ejemplo. De estructura similar a la morfina, estos opiáceos constituyen el sistema de recompensa que premia con placer todo lo que es bueno para la salud y la felicidad: el sexo, la lactancia materna, el parto, pero también el ejercicio físico, las demostraciones de afecto en cualquiera de sus formas ... incluso la contemplación de la belleza. Las endorfinas están presentes en cualquier relación en la que el apego amoroso juega un papel fundamental, por eso se segregan en grandes cantidades durante el parto y la lactancia materna.

Otra sustancia que interviene en las relaciones de apego es la oxitocina, que rige todos los procesos relacionados con la vida sexual: el parto, la lactancia, el orgasmo, la eyaculación … Cuando una mujer da a luz, en la hora siguiente al nacimiento se produce una secreción de oxitocina aún mayor que durante el parto. Cuando este se ha producido sin interferencias, la mamá y el bebé están bañados en estas hormonas del amor: el resultado es un auténtico “flechazo”, un intenso y jubiloso sentimiento amoroso que despertará en la madre sabidurías ancestrales, y le ayudará a sintonizar de modo natural con las necesidades de su bebé y a confiar en su instinto.

Este vínculo se renueva además con cada toma de leche materna, que también contienen endorfinas y oxitocina. El bebé que mama experimenta unos niveles de placer y satisfacción no alcanzables de ninguna otra forma, y que de algún modo sienta las bases de lo que para él será un estado de “bienestar”. Es una experiencia que le permite vivir el estado de fusión y de ausencia de límites propio de esta etapa. Esa entrega confiada a algo más grande que le contiene, le ama y provee, y que además le proporciona tanto placer, es una experiencia que muchos místicos podrían fácilmente identificar. Visto de esta forma, la madre es la versión personalizada de la Madre Tierra.

Nuestra sociedad, que tan permisiva es para ciertas cosas es sin embargo tremendamente represiva con la producción de opiáceos internos, esos que son gratis y no benefician más que a sus propios productores. La forma en que se atiende el parto en los hospitales, y se interfiere el establecimiento de la lactancia materna impiden la vivencia de estos estados de intensidad amorosa, tanto en la madre como en el bebé, que a su vez repercuten en la lactancia materna. Cuando muchas de las adicciones son orales, uno se pregunta hasta qué punto son el resultado es una oralidad desplazada y nunca satisfecha, un estado de ansiedad profunda, la sensación de haberse perdido algo sin saber exactamente qué.

La forma de interferir esta producción sagrada es tan variada que resulta difícil escapar a alguna de ellas. En los hospitales, los partos se estimulan sistemáticamente con oxitocina sintética. Esto inhibe la producción de oxitocina endógena, que es la que además de dirigir el parto prepara a la mamá y el bebé para su primer encuentro amoroso fuera del útero. Esta droga sintética hace el parto tanto más doloroso, que la epidural se convierte en la “solución”, una solución que anestesia el cuerpo pero de paso el alma: las mujeres no sufren pero tampoco gozan, y el cuerpo no segrega endorfinas porque no lo necesita. En el caso de las cesáreas programadas, mamá y bebé paren y nacen sin preparación hormonal previa, lo que hace que su encuentro –entorpecido y retrasado por la operación- se produzca en un estado hormonal neutro, similar al de –por ejemplo- la entrega de llaves de una casa. Están contentas, claro, pero es ese “contentas” el previsto por la naturaleza para la ocasión? Esta alteración hormonal del proceso del parto, el hecho de que para las mujeres el post-parto sea también un post- operatorio (cesárea o episiotomía), la separación mama-bebé tras al parto, aún de rutina en muchos hospitales, y los biberones que se les da en el nido forman un conjunto de circunstancia que entorpecen no sólo el vínculo mamá-bebé sino el establecimiento de la lactancia materna.

El hecho es que nunca hasta ahora había ocurrido que una abrumadora mayoría de los seres humanos llegue al mundo sin la impronta de las hormonas del amor. Y mientras tanto, los expertos se reunen y organizan conferencias, tratando de comprender el por qué del constante ascenso de violencia infantil y juvenil, estableciendo medidas para controlar su expresión pero sin llegar siquiera a percibir su origen. Termino citando a Jean Liedloff, en su maravillosa obra “El concepto del continuum”. “En las sociedades civilizadas, las diferencias entre individuos reflejan fundamentalmente y según el grado de alejamiento del continuum que la sociedad tenga, la manera en que cada cual se ha adaptado a la distorsión que en su personalidad ha causado la cantidad y calidad de las carencias experimentadas. Por ello, los individuos son, a menudo, antisociales, y la sociedad les teme, como teme cualquier otra manifestación de no conformidad entre sus miembros. Por lo general cuanto más anti-continuum es una cultura, mayor presión se ejerce sobre el individuo para que muestre una fachada de conformidad a la norma en su comportamiento público y privado”.

Isabel Fdez. del Castillo
Autora de La revolución del nacimiento
Publicado en The Ecologist


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