Salud para las migrantes

Por Alejandra Waingandt | 11.6.2009

En Argentina las migrantes, que son cada vez más, reciben un trato

diferencial en hospitales y centros de salud porque se desconoce la

ley que les garantiza el acceso irrestricto al sistema de salud.

Un programa para que la salud sexual y reproductiva esté

también a su alcance.

Alicia Ruiz migró a la Argentina desde Bolivia cuando tenía 22 años.

Ahora tiene 47 y se casó con un argentino con quien tuvo dos hijos.

Trabajó unos 17 años en el Hospital Israelita donde sufrió

discriminación por su color de piel y nacionalidad, pero antes

tuvo otras experiencias difíciles y representativas de las

migraciones limítrofes. “Es mejor que en Bolivia, donde no

hay insumos y podes morir fácilmente. Pero en Argentina hay

discriminación. El color de piel es un problema, la gente nos

trata como cabecitas negras y nos hacen saber que no servimos

para anda. Nos llaman estúpidos. En el Israelita tenía una

compañera argentina muy rubia que era mucama y que

decía ‘¿vos estudiaste? ¿Vos tenés neuronas? ¿Vos sabés pensar?’

Le molestaba mi color de piel”. Ella pudo ver como otras y otros

migrantes eran víctimas de malos tratos por el personal no

profesional del hospital. “El problema es la gente más ignorante,

los médicos están más preparados, no hacen eso”, explicó.

Las diferencias culturales y las “miserias burocráticas”

derivadas de la portación de rostro limitan este acceso en

perjuicio de los y las migrantes limítrofes. Debido a esa situación,

el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA), a través

de sus representaciones de Argentina y Bolivia, impulsa un

proyecto sobre salud sexual y reproductiva dirigido a migrantes

provenientes del país andino. Esta iniciativa que cuenta con

el apoyo de la Agencia Española de Cooperación Internacional

para el Desarrollo, busca mejorar el acceso de mujeres y jóvenes

bolivianas a los servicios de salud sexual y reproductiva.

En una comunidad migrante cada vez feminizada, la de Alicia

Ruiz es apenas una historia más entre las tantas que sufren

las mujeres que vienen a este país buscando un destino mejor.

En Bolivia ella era la novena de 13 hermanos. Abandonó la escuela

durante la adolescencia para conseguir un empleo y colaborar con la

economía familiar, pero no logró trabajar porque el país estaba en

crisis. “Pasábamos una miseria tremenda, recuerdo que recibíamos

un bollo de pan por hijo, esa situación me desesperó. Los

comerciantes de Oruro decían que en Argentina se podía

trabajar y estudiar”. Como la joven boliviana deseaba estudiar

Derecho resolvió migrar a la Argentina, aunque en Buenos Aires

no pudo ingresar al sistema educativo porque no tenía DNI. No

obstante entró a trabajar en el servicio doméstico, donde los papeles

no eran necesarios. “Era una migrante más, así que abandoné mi

idea de estudiar y trabajé en limpieza, pero después me casé con

un argentino y conseguí la documentación”. En ese momento,

Alicia Ruiz finalizó su educación básica, cursó la carrera de

enfermería y obtuvo el cargo de enfermera auxiliar en el Hospital

Israelita, puesto que perdió en 2001 porque el nosocomio se declaró

en quiebra. No consiguió que la indemnizaran y aunque lleva unos

7 años desempleada, ocupa parte del tiempo libre enseñando

quechua a su colectividad.

Una investigación del Centro de Estudios de Población

(CENEP) de 2004, dirigida por la socióloga Marcela Cerrutti,

sobre la calidad de la atención en hospitales y centros de salud,

evidenció justamente que mujeres y varones migrantes reciben

un trato diferencial de parte del personal administrativo.

“Las evaluaciones de las usuarias sobre el staff no médico

dejan mucho que desear”, afirmó la investigadora. El consultor

de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM)

Jorge Gurrieri agregó que “en estos casos el problema aparece

más por la tez que por la nacionalidad”.

En cuanto a los profesionales de la salud y la relación con las

pacientes extranjeras, ambos expertos coincidieron en que se

originan problemas en las diferencias culturales. “El idioma es

un obstáculo, especialmente entre las bolivianas, hay muchas

que sólo hablan quechua”, ejemplificó el Gurrieri. Cerrutti señaló:

“Las bolivianas tienen más dificultades que otras migrantes

limítrofes, ellas son más tímidas, más pudorosas y también más

sumisas y los médicos no están preparados para tratar pacientes

extranjeros”.

Según Cerrutti la mayoría de las veces la práctica discriminatoria

se origina en la incomunicación. “Los trabajadores de la salud

desconocen la legislación migratoria debido a que fallan los

canales de comunicación entre las oficinas gubernamentales”,

opinó. Al sancionarse la Ley de Migraciones (Nº 25.871) en 2004,

las comunidades inmigrantes de países del MERCOSUR y sus

allegados obtuvieron un “acceso irrestricto” a la salud pública de

Argentina, que fue pionera en efectivizar el Acuerdo de Residencia

firmado por países miembros de dicho grupo en 2002. Tienen la

misión de garantizar ese acceso la Dirección Nacional de Migraciones,

el Ministerio de Salud y el Instituto Nacional Contra La Discriminación

la Xenofobia y El Racismo, entre otras reparticiones públicas.

Cerrutti forma parte del proyecto de UNFPA en representación

de CENEP. La experta explicó que “la idea es identificar buenas

prácticas en algunos servicios de salud y hacerlas extensivas a todo

el sistema. El objetivo es obtener prestaciones más sensibles a las

particularidades culturales y sociales de las colectividades migrantes”.

Se pesquisará dos áreas diferentes: la Ciudad Autónoma de Buenos

Aires y el conurbano bonaerense, y la zona de fronteras de Jujuy y

Salta, ya que en estas regiones se concentra la mayoría la población

boliviana ( 59,8% y 22,3% respectivamente).

Gurrieri explicó que en estas dos regiones las problemáticas con la

migración son diferentes. En la zona metropolitana la presencia del

Estado es mayor y funcionan legislaciones como el Programa

Nacional de Salud Sexual y Reproductiva. En cambio “en las

zonas fronterizas la sensibilidad de las personas nativas puede

ser mayor. Por ejemplo los hospitales de Posadas (Misiones) y

Orán (Salta) atienden a mujeres provenientes de Bolivia y

Paraguay, que atraviesan las fronteras para dar a luz, de

hecho constituyen el 50 por ciento de los partos”.

Por todo esto, el proyecto impulsado por UNPFA promoverá

la Ley de Migraciones para que los y las agentes de la salud

tomen conciencia de que las migrantes y las nativas pueden

acceder a todas las prestaciones en iguales condiciones, y

también sensibilizará a los y las profesionales de la salud

para mejorar la comunicación con las usuarias extranjeras.

Sofía Villalba, paraguaya, asegura que hay hospitales y

centros de salud en los que el personal médico “no se apura

en atendernos. Creen que se nos va a pasar (la dolencia).

Le ocurrió a mi hermana fallecida hace tres años. Tenía una

fisura en el pie, estaba muy dolorida, fuimos al Hospital Penna,

en la guardia la atendió una ginecólogo y un traumatólogo,

le aplicaron un medicamento y la mandaron a casa. Cuando

volvimos a casa mi hermana estaba inconsciente, no podía

ni hablar. En el Penna dicen que le aplicaron un calmante,

pero no sé como la largaron así. Como seguía muy mal

fuimos al Hospital Fernández y la atendieron enseguida.

Se preguntaban cómo la habían largado, me avisaron que

estaba muy mal y falleció”.

Sofía Villalba tiene 35 años y migró a Argentina a los 16 porque

necesitaba operarse, tenía una enfermedad en los huesos de los pies.

“En Paraguay la operación era muy cara. En Argentina tenía a mi papá

y dos de mis hermanos y decían que los doctores eran mejores, así que

decidí venirme”, recordó.

La joven paraguaya se operó en el Hospital Fernández y tras su

recuperación empezó a trabajar en el servicio doméstico. “En

Paraguay dejé la escuela porque a mi mamá no podía tener

tres estudiantes. Allá quedaron mi mamá y dos hermanos más.

Ella trabajaba en el mercado central y la ayudaba desde los 7 años.

A los 13 puede juntar dinero y estudié peluquería y manicura

pero nunca trabajé de eso”.

En Argentina, Villalba se convirtió en empleada doméstica

porque no se requería documentación. Inició los trámites para

el DNI en 1991 debido a una amnistía otorgado por el gobierno

nacional, el cual recibió cuatro años más tarde. Entonces decidió

quedarse en el país, donde formó pareja con un paraguayo, con

quien tiene una nena de 6 y un nene de 4. Hoy trabaja para la

misma patrona y asiste a una escuela para adultos.

La discusión sobre los derechos que tienen los y las migrantes

respecto del acceso a la salud no está saldada. “Si bien hay una

ley que intenta poner fin a esa polémica, la misma sigue vigente

en las mentes de las personas”, advirtió Gurrieri.

Artemisa Noticias