Los límites son las indicaciones y los señalamientos que realizan los docentes para transmitir a sus alumnos el cumplimiento de pautas y normas de convivencia. Son las modalidades que se despliegan, tanto desde la palabra como desde la acción, para enseñar a los niños a entender y a actuar de acuerdo con ciertos cánones sociales, necesarios para preservar la tarea compartida.
Con el tiempo, los niños comienzan a internalizar los mensajes de los adultos significativos y los convierten en propios. Este proceso llevará a cada niño a adquirir una conciencia especial acerca de la relación entre él y los otros que lo rodean, y lo conducirá progresivamente al control de sus impulsos y al logro de conductas de mayor interacción social.
Generalmente, en estas secciones [de 4 y 5 años], el mayor tiempo de juego transcurre entre los niños del mismo sexo dado que, en estas edades, se produce una visible división entre los juegos de las niñas y los de los varones. En ocasiones conforman subgrupos que excluyen a ciertos compañeros de sus juegos, lo que produce una serie de rencillas y conflictos que deben ser considerados por los docentes. En esta etapa, los niños ya están en condiciones de entender mejor los sentimientos y las emociones propias y las de los otros niños. También, de respetar las pautas y normas institucionales y grupales. Muchas de estas normas serán consensuadas y discutidas con los niños grupalmente, en tanto otras deberán ser aceptadas por ellos dado que involucran su seguridad física y psíquica.
Será el docente, con sus oportunas intervenciones, quien ayude a reorientar ciertas actitudes agresivas, a favorecer la inclusión de los tímidos en los subgrupos, posibilitando que los niños clarifiquen y expresen sus deseos en relación con sus necesidades de juego y el intercambio con los otros. Las intervenciones en los conflictos infantiles serán las indispensables y necesarias, dado que en estas edades los niños ya pueden comunicarse a través de la palabra, y es deseable que avancen en la resolución autónoma de los mismos. Los docentes evitarán generar sentimientos de culpa en los niños que agreden a los otros, ocupándose de ambos, el agredido y el
agresor. Siempre con palabras y tonos de voz que, aunque firmes, se expresen en positivo. En cuanto a aquellos niños que siempre son agredidos, habrá que enseñarles a defenderse, pero sin proponerles que devuelvan las mismas agresiones recibidas. Hay otros modos de reparar las conductas inaceptables. De este modo, los niños aprenderán que si alguien le rompió la hoja al compañero, deberá compensar con otro dibujo; si tiró la construcción de otro, deberá volver a armarla; aprenderán a pedir disculpas y si lastiman a alguien, ayudarán al maestro a curarlo, etc. Estas reparaciones comenzarán a generar en los niños mayor conciencia sobre las normas y pautas, hacia la formación de valores que permitan una mejor convivencia grupal.
Toda esta construcción de normas y pautas está enmarcada en un largo proceso de aprendizaje de actitudes y valores que los alumnos irán realizando a lo largo de toda su vida escolar. Las actitudes que asume el docente orientarán, sin duda, las relaciones que tendrá con sus alumnos. Al mismo tiempo, el maestro brindará oportunidades para que los niños comiencen a incorporarlas: “cada uno puede elegir el libro que prefiere leer”, “me gustaría que hoy conversemos sobre este tema: hay muchos varones que se burlan de las nenas”.
Las actitudes, las pautas y los valores son producto del trabajo conjunto que todos los miembros de la institución escolar se propongan realizar con los niños, para que éstos gradualmente se apropien de ellos.